Este es un fragmento del la obra “Historia del Telescopio”, de Isaac Asimov (1975)

“Galileo Galilei (1564-1642) había estudiado la caída de los cuerpos y demostrado que las ideas de los griegos sobre esta cuestión, ejemplificadas por las del filósofo Aristóteles (384-322 a.C.), eran totalmente erróneas.

Los hallazgos de Galileo son el comienzo de la física moderna, y su brillantez, sumada a sus magistrales sarcasmos a expensas de sus menos brillantes adversarios, le granjeó muchos enemigos.

Galileo creía en la visión copernicana del sistema planetario, pero expresó muy cautelosamente su creencia. El orden instituido en el saber, respaldado por el poder de la Iglesia, era fuertemente pro-aristotélico y pro-tolemaico.

En 1592 abandonó Pisa, donde había estado enseñando, para ocupar un puesto como profesor de matemáticas en Padua. Esta ciudad estaba en territorio veneciano, y a Venecia no le preocupaba mucho la ortodoxia religiosa. En Padua, Galileo estaba relativamente seguro y podía correr el riesgo de investigar los cielos.

Oyó hablar de un holandés que había inventado un telescopio colocando dos lentes en un tubo. Pensó en ello y en un día (según el relato que él mismo hizo), ideó un telescopio suyo.

El telescopio de Galileo no podía ser mejor que unos prismáticos modernos, pero aun esto fue un espectacular avance y dio origen a un gran suceso, decisivo, que cambió totalmente la visión que el hombre tenía del Universo y de sí mismo.

Los filósofos griegos observaron que mientras en la Tierra los objetos caen hacia abajo, en el cielo se mueven en grandes círculos. En la Tierra, los objetos cambian, crecen y decaen; en el cielo todo es inmutable. En la Tierra, los objetos generalmente son oscuros, sin luz propia; en el cielo, los objetos son todos luminosos.

Teniendo esto presente, Aristóteles llegó a la conclusión de que los objetos del cielo están hechos de una sustancia fundamentalmente diferente de las sustancias que constituyen los objetos terrestres. A la sustancia que compone los objetos del cielo la llamó “éter”, de una palabra griega que significa “brillante”. Era luminosa e inmutable.

Hasta la época de Galileo, los sabios tendían a aferrarse a la concepción aristotélica de la perfección de todos los cuerpos celestes, pero entonces Galileo miró hacia la Luna y vio una superficie rugosa, montañas y cráteres. En resumen, mostró que la Luna era otra Tierra, un mundo tan desigual e imperfecto como el nuestro.

El telescopio en modo alguno probaba que Copérnico tenía razón y que la Tierra se mueve alrededor del Sol. Pero hizo parecer la idea cada vez menos ridícula y más natural. Si la Luna y la Tierra son tan parecidas y si la Luna se mueve por los cielos, ¿por qué no podía ocurrir lo mismo con la Tierra. El estudio de la Vía Láctea por Galileo reforzó la sensación de que los astrónomos griegos no sabían todo lo que se puede saber sobre el Universo, y que el sistema que ellos construyeron no puede ser aceptado ciegamente.

La visión de nuevas estrellas por Galileo fue indicio de que el Universo es mucho más vasto y complejo de lo que ningún hombre de la Antigüedad soñó. Desde el momento en que Galileo vio a los planetas como discos, la idea de la “pluralidad de mundos” dejó el ámbito de la especulación para entrar en el de los hechos.

En tiempos anteriores se había supuesto que el Universo consistía principalmente en la Tierra y que el cielo solo era un dosel que colgaba sobre la Tierra o la rodeaba. Los cuerpos celestes no eran más que marcas en el dosel u objetos que se balanceaban inmediatamente por debajo de él.

Con tal idea de que la Tierra es todo lo que existe, es fácil creer que el Universo fue creado para la humanidad, que los seres humanos son los únicos seres vivos de importancia y que su papel en tal universo centrado en el hombre podría ser un papel temporal que llevase a su reaparición después de la muerte en un universo mucho más grande y mejor.

En 1609-1610 Galileo hizo, quizá, su descubrimiento más importante, vio cuatro cuerpos que se desplazaban alrededor de Júpiter (los satélites galileanos), prueba visible de que no todos los cuerpos celestes giraban alrededor de la Tierra. El furor que se levantó fue enorme, algunos de los tradicionalistas negaban todo y sencillamente no querían mirar por el telescopio.

Los descubrimientos le proporcionaron fama suficiente para asegurarle una sinecura bien pagada en Florencia.

Contemplando Venus, observó que presentaba fases, al igual que la Luna. Esto demostraba que es un cuerpo oscuro que sólo brilla por la luz reflejada del Sol, nuevamente se redujo la diferencia entre la Tierra y los otros planetas, además el hecho de que pudiera verse que adoptaba todas las fases sucesivamente desde la fase creciente hasta la fase llena y nuevamente a la decreciente podía hacerse corresponder fácilmente con el hecho de que girase alrededor del Sol.

A mediados de 1611, Galileo estaba dispuesto a anunciar que había manchas oscuras en el Sol. De todos los cuerpos celestes, el Sol podía ser considerado el más claro y perfecto. En verdad, no faltaba quien viese en el Sol un símbolo de lo divino.

Galileo vio moverse las manchas constantemente a través de la cara del Sol, con lentitud cuando todavía estaban en el borde occidental, pero cada vez más rápido a medida que se aproximaban a la cara visible y luego otra vez lentamente a medida que se aproximaban al borde oriental.

En ambos bordes, las manchas solares se escorzaban. Esto era exactamente lo que cabía esperar si las manchas estaban realmente en la superficie del Sol, si formaban parte del Sol y si el Sol rotaba en su eje completando un ciclo cada veinticinco días llevando las manchas consigo.

Fue la primera prueba observacional clara de la rotación de un cuerpo celeste, de un cuerpo, además, que hasta los astrónomos griegos habían observado que debía tener mayor tamaño que la Tierra. La idea de la rotación de la Tierra, en la que se basaba la teoría copernicana, se hizo más fácil de aceptar. En cierto modo, fue la gota que hizo rebasar la copa.

Los notables descubrimientos habían fascinado a los sabios de Italia, aun a los que ocupaban altos puestos en los concilios de la Iglesia. Pero esos hombres no podían menos de ver que los efectos acumulativos de su labor (las imperfecciones del Sol y de la Luna, los nuevos cuerpos dentro del sistema planetario y entre las estrellas, la rotación del Sol, la revolución de los cuatro satélites alrededor de Júpiter, las fases de Venus, etc.), todo ello servía para fortalecer la teoría copernicana. Hacía cada vez más insostenible el viejo modelo del Universo elaborado por los griegos y aceptado por la Iglesia.
Tenía que haber un contraataque, por tanto, y éste se produjo contra el único objeto vulnerable: el mismo Galileo.

En 1632 publicó un libro que era claramente copernicano, aunque simulando presentar imparcialmente las dos teorías rivales. La habilidad de Galileo para el sarcasmo sirvió para estimular las burlas enojosas hacia aquellos que apoyaban las teorías de los griegos y de la Iglesia. El Papa Urbano VIII, antaño amigo y defensor de Galileo, fue convencido de que algunas de las bromas estaban dirigidas a él personalmente, y esto acarreó problemas para el astrónomo.

En el ocaso de su vida, Galileo fue llevado ante la Inquisición bajo la acusación de herejía y, bajo amenaza de tortura aunque no su uso real, fue obligado a retractarse de sus creencias copernicanas, al menos en palabras.

No sirvió de nada, por supuesto. Galileo podía retractarse, pero sus descubrimientos no, y por mucho que la concepción copernicana fuese condenada por los hombres, ella recibía claramente el apoyo del Universo. En este caso, como en todas las batallas entre la opinión del hombre y las leyes de la naturaleza, debían ganar las leyes.

La concepción griega de un Universo centrado en la Tierra murió después de 2,000 años de reinado indiscutido. Tres años de descubrimientos hechos por un sólo hombre con los telescopios más primitivos bastaron para darle muerte. El silenciar a ese único hombre fue inútil por otra razón. El uso del telescopio se difundió rápidamente, y otros hombres observaron los cielos a través de las lentes.”