LA HUMANIDAD CELEBRA 40 AÑOS DE LA LLEGADA A LA LUNA

Sé que puede parecer un tanto romántico este título, pero la verdad, mis reflexiones las hice a la luz del día, y ni siquiera bajo el astro rey, pues estaba bajo techo.
Por Alfonso Treviño Cantú

 Contaba con 5 años cuando vi el alunizaje por televisión. Después de eso, jamás me perdía los avances de las misiones Apolo, hasta que un día, cuando tenía 8 años, supe que ya no habría más y eso me llenó de tristeza.

Hoy, que celebramos 40 años que la humanidad llegó a la Luna, he decidido escribir este pequeño artículo. No quiero escribir de la historia del viaje, ni de las teorías que pretenden demostrarnos que el viaje a la Luna no se hizo y que todo fue filmado en un inmenso estudio de televisión, ¿dónde está?, sino simplemente quiero compartir algunas reflexiones sobre este importante hito en la historia de los seres humanos.

Primero que todo, notarán que digo que hace 40 años la humanidad llegó a la Luna y no que hace 40 años dos hombres pisaron la Luna. Si nos ponemos muy literales, puedo apostar que nadie que lea este artículo ha pisado la Luna –dudo mucho que Aldrin o Armstrong lo lleguen a leer-, pero el porqué de mi aseveración lo dejaré para el final.

Vamos al principio de todo: ¿Por qué ir a la Luna? “Porque está ahí”, podríamos contestar, como lo hizo George Mallory en 1924 al cuestionársele por qué deseaba escalar el Monte Everest —lo intentó, lastimosamente perdiendo la vida en el intento—. El espíritu de la aventura, de descubrir lo ignoto, de llegar “a donde el hombre no ha llegado jamás” es algo que ha acompañado a nuestra especie desde sus albores. ¿Cómo podría, si no fuese de esta forma, que el hombre dominó el fuego, la agricultura y la ganadería?

Ciertamente que en nuestro afán por descubrir lo que hay más allá o las nuevas posibilidades de algo se han pedido muchas vidas, pero la especie subsiste y ha salido adelante. Me da tristeza pensar que si no fuese por esos valerosos hombres que dieron su vida en aras del descubrimiento, quizá la especie humana ya no existiría sobre la Tierra.

Sin embargo, no sólo el espíritu de la aventura fue lo que animó al hombre a viajar hasta la Luna.

Hay quienes podrán cuestionar el gasto que se hizo para llevar a cabo el programa Apolo, diciendo que hay problemas más graves que resolver en el mundo, como el hambre o la pobreza extremas, las injusticias o las segregaciones.

¿Dónde están esos críticos del programa espacial cuando se gastan cantidades exorbitantes en guerras en donde mueren miles o millones de inocentes? ¿Es que alguno de ellos no se ha puesto a ver que los dólares que se gastaron para que Armstrong dejara estampada su huella en nuestro satélite son una bicoca comparado con lo que se gasta en armas?

Da lástima decirlo, pero la historia nos ha enseñado que las guerras son el principal acelerador de la ciencia y la tecnología: Los hombres gastan cantidades inimaginables de dinero para desarrollar tecnologías que puedan cortar de forma más efectiva la vida de sus “hermanos” humanos.

Gracias a muchos adelantos que se dan durante las guerras es que luego, irónicamente, a la vuelta de unos pocos años, recibimos los beneficios colaterales de los mismos, como comodidades y nuevas medicinas. Y digo que son beneficios colaterales porque nadie estaba pensando originalmente obtenerlos: Los gobiernos pagaban a sus científicos para que les construyeran nuevas bombas, trajes más resistentes para los soldados, mecanismos para que los soldados sobrevivan mejor, tecnología para dirigir aviones, etc.

Afortunadamente, el programa espacial conlleva muchos beneficios colaterales y podríamos decir que es el segundo acelerador de la ciencia y la tecnología. ¿Y por qué no es el primero? Quizá porque la humanidad ha tenido más guerras que programas espaciales a lo largo de su historia. ¿Se imaginan que pudiéramos regresar al pasado y sustituir cada una de esas guerras por un programa científico pacífico? Quizá entonces el hombre hubiera llegado a la Luna no hace 40, sino 400 años, en pleno Renacimiento de las artes, las ciencias y el libre pensamiento.

Hay un elemento extra que el programa espacial tiene que no tienen las guerras: beneficios que no son colaterales, sino que son objetivos o derivados de los objetivos del mismo. Si quisimos llegar a la Luna no sólo fue por un afán de demostrar que podemos, sino para reclamar ese mundo en nombre de toda la humanidad y hacerlo una extensión de nuestra casa, que es la Tierra.

Es cierto, nadie vive allá todavía, pero como humanos hemos demostrado que podemos ir y es cuestión de años —¿cuántos?— antes de que podamos obtener verdaderos beneficios de la Luna, no necesariamente como moradores, pero sí como exploradores.

Hay una tercera razón por la que fuimos a la Luna. En lo personal no me da mucho gusto reconocerla, pero tengo que reconocer que sin ella quizá no estaríamos celebrando este 40 aniversario: La Guerra Fría. Llamamos Guerra Fría a aquel periodo histórico que data de fines de la Segunda Guerra Mundial a fines de la década de los 80 e inicios de la de los 90s, en donde las dos superpotencias mundiales, de afiliaciones económicas opuestas –Estados Unidos, capitalista por excelencia y la Unión Soviética, primera nación socialista en el mundo- se disputaban el control del resto del mundo, como si los demás países fuésemos piezas de un enorme ajedrez o territorios a ocupar en un inmenso juego de Monopoly mundial.

Soviéticos y norteamericanos compitieron por demostrar que eran los unos mejores que los otros –y al logar una demostración de poder, por ende demostraban que su ideología era mejor-. La carrera especial, que comenzó con el lanzamiento del Sputnik I y que culminó con la huella de Neil Armstrong sobre la Luna no fue más que una competencia.

Ahí estaba la respuesta a por qué dejaron de mandar hombres a la Luna: el programa espacial es caro y ya se había declarado, de manera silenciosa, sin un juez de por medio más que la opinión de todos los seres humanos, que los Estados Unidos la habían ganado.

No fue sino hasta la Prestroika que el resto del mundo supimos de las intenciones soviéticas de poner un cosmonauta sobre la Luna un par de años antes que lo hicieran los norteamericanos, planes que se fueron a pique con la muerte del genio de la exploración espacial soviética, Sergei Korolev.

“El hombre no ha llegado a la Luna”, algunos detractores dicen, argumentando que no hemos vuelto a ir, que si realmente lo hubiéramos hecho lo estaríamos repitiendo. ¿Y si el viaje no fuese más que un enorme efecto especial grabado en un estudio de Hollywood acaso no podríamos haberlo repetido mil y una veces?

Simplemente, con el fin de la carrera espacial la prioridad de los Estados Unidos cambió, el dinero se dirigió hacia otros rubros, no hay otra explicación.

¿Qué habría pasado si la Guerra Fría no hubiese terminado? ¿Habríamos tenido para el año 2001 una base en la Luna y una nave espacial capaz de llevar humanos hasta Júpiter como en la famosa historia de Arthur C. Clarke? ¿Fue acaso el abandono de las grandes metas, como el envío de hombres a Marte lo que desmotivo al mismo Clarke en su obra 3001, donde nos presenta una humanidad que en 1000 años casi no hizo en materia de exploración humana n su propio Sistema Solar?

Es importante que no una Guerra Fría, sino una Paz Cálida, en donde las naciones no compitan, sino que se unan, que impulse una nueva carrera espacial para reconquistar la Luna y explorar el resto de nuestro Sistema Solar.

Quiero terminar con dos reflexiones

Al igual que sucedió con otras empresas de la humanidad, hay quienes dieron su vida y se quedaron en el camino: Fernando de Magallanes al dar la vuelta al mundo, Robert Scott en la Antártida o Amelia Earhart, perdida en las profundas aguas del océano Pacífico, ésta tuvo sus caídos en acción: Virgil “Gus” Grissom, Edward White y Roger Chaffee, a quienes debemos recordar como verdaderos pioneros y héroes de la exploración espacial.

Mi última reflexión: “Hemos venido en son de paz en nombre de toda la humanidad”, ésta es la inscripción de la placa dejada por los astronautas del Apolo 11. Dos hombres dejaron sus huellas en la Luna aquel 20 de julio de 1969, pero fue como si toda la humanidad hubiera estado con ellos.

Hasta la próxima
Alfonso Treviño Cantú
Sociedad Astrónomica del Planetario Alfa