UN POCO DE HISTORIA
La historia de cualquier parte de la Tierra, como la vida de un soldado, consiste en largos periodos de aburrimiento y breves periodos de terror.
Derek V. Ager, geólogo británico

El Cráter de impacto en Manson Iowa.

Hablando de cráteres famosos, está el de Manson Iowa, USA. El Cráter Manson se formó por la colisión de un meteorito hace 74 millones de años. Hace algunos pocos menos años, el cráter Manson era considerado el hoyo más grande jamás formado por material de origen extra-terrestre que hubiese aterrizado en Norteamérica y, del que, también se creía, había sido el causante de haber conducido a la extinción de los dinosaurios, hasta que las pruebas evidenciaron que éste no era el caso. —Por cierto que este cráter fue candidato a ser parte del meteorito que cayó en Chixchulub, México hace 65 millones de años, cosa que también, con subsecuentes investigaciones fue descartado.—

Como sea, el tremendo impacto causó un tremendo cráter en la tremenda parte continental de los EUA. Solo en un día claro, podrías ver el borde opuesto; Hace ver como caricatura del Correcaminos los paisajes del Cañón del Colorado.

Por desgracia, 2.5 millones de años de placas de hielo pasajeras llenaron el cráter de Manson hasta los bordes de arcilla glaciárica, dejándola lisita, de manera que el paisaje en Manson y en muchos kilómetros a la redonda, es tan plano como mi prima Claudia.

“Muy de vez en cuando viene gente y pregunta dónde puede ver el cráter y tenemos que decirles que no hay nada que ver —dice Anna Schlapkohl, la amable bibliotecaria del pueblo— y entonces se van un poco desilusionados. (Bryson 2003)

Cosa tan curiosa, en la actualidad, la mayoría de la gente, incluida la propia del estado de Iowa, no ha oído jamás acerca del mentado Cráter. Pero, no siempre fue así. Por un rato pero muy intenso, allá por los 80´s, la zona fue el lugar más fascinante de la Tierra.

Dejen les cuento.

[quote_left] Había una vez un joven y brillante geólogo llamado Eugenio Zapatero, ó Eugene Shoemaker para los solemnes, que le dio por estudiar los cráteres originados por colisiones de material sideral. —Zonas de impacto—. [/quote_left]

Un día, a principios de los años cincuenta, se fue a visitar el Cráter del Meteorito en Arizona, que es algo así como el “padre de todos los cráteres”. En esa época la cosa no estaba muy avanzada y se creía que el cráter se había formado por una explosión subterránea de vapor. No había modo alguno que Shoemaker confirmara esto. Tales explosiones no existían. Al cráter se le conocía también por el nombre de Cráter de Barringer, en honor de un entusiasta y acaudalado hombre llamado Daniel Barringer que tuvo la fabulosa idea de que el mentado mega agujero lo debía de haber hecho un aerolito del tamaño del miedo cargado de exóticos, raros y carísimos materiales cósmicos, los cuales él iba a encontrar si se dedicaba con denuedo a buscar la piedrota que, según él, estaba enterrada en el fondo del hoyo. Se gastó veintiséis años y casi toda su fortuna en dejar al cráter en calidad de queso gruyere. No encontró nada de lo que buscaba; Al pobre no hubo —no había— quién le dijera que el meteorito, junto con lo que trajera, se habría evaporado como consecuencia del encontronazo. ¡Kaput!

Perdón, regreso a Shoemaker.

Inspirado por la teoría de G.K. Gilbert, —investigador de la Universidad de Columbia— que una vez que había estado encerrado en un cuarto de hotel, empezó a jugar con un recipiente lleno de harina de avena, y provisto de su colección de canicas que aventaba al recipiente, se le ocurrió imaginarse que le estaba pegando a la superficie de la Luna; De ese experimento, Gilbert sacó —no se sabe como, ni en que condiciones ni en que nivel sicodélico se encontraba— la conclusión de que los cráteres de la Luna se debían en realidad a colisiones. —No se rían, para la época era un idea revolucionaria— Bueno, el propuso eso para la Luna, pero no extendió su comentario para los cráteres de la Tierra. Seguía creyendo lo de las explosiones  subterráneas  de vapor. Pero Shoemaker, ya no tanto. A Eugene le encantaba el tema de las explosiones y sus consecuencias. Cuando se graduó, se había ido a Nevada a estudiar los anillos de explosión de las pruebas nucleares en Yucca Flats. El había llegado a la misma conclusión que Barringer: El Cráter del Meteorito no era de origen volcánico.

Descubrieron que ahí, afuera, estaba más peligroso de lo que imaginaban.

De ahí para adelante, ya es otra historia. Shoemaker y su compadre David Levy se dedicaron a estudiar al Sistema Solar. En ese tiempo, los astrónomos andaban hechos locos con la astrofísica, el cielo profundo, las galaxias y otras peregrinas y deliciosas formas de materia cósmica, de manera que el campo de estudio se presentaba despejado y prometedor. [quote_right] Una semana al mes se iban de cacería al Observatorio del Monte Palomar, buscando objetos, principalmente asteroides, cuyas trayectorias les hiciesen atravesar la órbita de la Tierra. Descubrieron que ahí, afuera, estaba más peligroso de lo que imaginaban. [/quote_right]

Objetos rocosos, llamados asteroides, orbitan en una formación un tanto imprecisa en un cinturón situado entre Marte y Júpiter. No se sabe con exactitud cuantos son, pero su número se estima en mil millones, como mínimo.

Encontrar asteroides era una actividad popular allá por los 1800, pero no había quien los registrara sistemáticamente. No se sabía a ciencia cierta si lo que se veía en un determinado momento era un objeto nuevo, o algún otro que regresaba. Como les decía, la astrofísica había progresado tanto que dedicarse a buscar objetos rocosos en nuestro vecindario era algo así como una actividad de nacos, ¿ves?

Se destacó por supuesto el holandés Gerard Kuiper, al mismo que se le honró bautizando con su nombre el cinturón de cometas.

Hasta unos pocos años, los asteroides se empezaron a contabilizar y a vigilar, tarea que se antoja descomunal.

Imagínate la autopista a McAllen y que somos el único vehículo que transita, pero que está llena de peatones que no miran los señalamientos, ignorantes, sin educación, que no voltean a ver si se aproxima el peligro. De la mayoría no sabemos como se llaman, donde viven, que hacen, con que frecuencia se cruzan en nuestro camino. Solo de repente, aparecen a más de 100 000 kilómetros por hora. Vamos de noche. Enciendes una poderosísima linterna capaz de iluminar a todos los asteroides mayores de diez metros que cruzan la Tierra: Veríamos más de 100 millones de esos objetos en el cielo. Todos los cuales podrían colisionar con la Tierra. Sería profundamente inquietante —Steven Ostro, Jet Propulsión Laboratory —dixit—

[quote_right] Se dice que un objeto de cien metros, no podría detectarse con ningún telescopio con base en la Tierra hasta que estuviese a solo unos días de nosotros. Hay una fascinante analogía que dice que el número de personas buscando asteroides no pasa de lo que sería el número de empleados de un restaurante de McDonald. [/quote_right]

El catastrofismo vuelve a  aparecer. (Debo ir aquí)

El catastrofismo estaba ya muy pasado de moda. —Más de un siglo— Se creía que la desaparición de los dinosaurios se debía al gradual paso del tiempo.

Mientras Shoemaker y su amigo David Levy se encontraban muy entretenidos buscando piedritas cósmicas, un amante de las piedras, pero terrestres e hijo de un premio Nobel, le da por estudiar a principios de los años setenta, el extraño caso de una delgada banda de arcilla rojiza, situada en un montaña de Italia, en un desfiladero conocido como Garganta Botaccione, en un pequeño pueblo de Umbría. La banda de arcilla dividía al periodo terciario del cretácico. El geólogo se llamaba Walter Álvarez y estaba estudiando lo que en geología se conoce como la frontera KT —No confundir con la también rojiza TKT— y señala el periodo en que se cree que hace 65 millones de años desaparecieron los dinosaurios —cosa que yo en lo particular no creo, ya que todavía veo muchos en el PRI.— y otra extensa variedad de vida del planeta se esfumaron de repente.

La cosa no habría pasado de ahí, sino hubiera sido que el papá de Walter, —premio Nobel en física 1968—, era un eminente físico nuclear.

A don Luís le parecía chistoso el apego de su hijo para con las piedras. Cuando este le contó el curioso caso de la banda rojiza de arcilla, a don Luís le intrigó. Su especialidad era el tema de la radiación. Por muchos años se concentró en la física nuclear, y obtuvo logros notables en este campo, como la primera demostración experimental de la existencia del fenómeno de captura de un electrón por el núcleo del átomo, y un método para producir un rayo con neutrones de lenta movilidad. —¡Don Luís era de raíces mexicanas, yupi! —

Al viejo se le ocurrió que la respuesta podría venir del polvo espacial. La Tierra acumula todos los años 30 000 toneladas de “esférulas cósmicas” —polvo estelar, puesn— Ese fino polvo está salpicado de elementos exóticos que normalmente no se encuentran en abundancia en la Tierra. Uno de esos elementos se llama Iridio.

Don Luís tenía un compadre que sabía bombardear electrones en un pequeño, pero funcional reactor nuclear. —Digo, quién no tiene un compadre que sabe de todo; Yo tengo uno que hasta instalar un boiler sabe— Se trataba de contar los rayos gamma. Lo hicieron. —Tener o ser un papá así no tiene precio, ¿verdad?—

El compadre se llamaba Frank Asaro y de entrada no le agradó la idea; Era muchísimo trabajo. Ocho meses se tardaría en ejecutarla. Pero que queréis, no se le puede negar mucho a un encantador premio Nobel.

Los primeros resultados impactaron a Asaro y a su equipo. El nivel de iridio era increíblemente alto. Eso debía ser de origen cósmico. No había duda: Ese nivel tan alto tuvo que haber sido algo grande, brusco, y probablemente catastrófico.

Los Álvarez llegaron a la conclusión de que algo había caído a la Tierra. Pedro Picapiedra y su perro Dino habían desaparecido de tremendo mandarriazo procedente del espacio exterior. Así lo comunicaron en 1980, en la asamblea de la Asociación Americana para el Progreso de la Ciencia.

¡Bólas don Cuco! A la comunidad científica no le gustó. Alguien había estado ejerciendo geología sin licencia. Dicen que no hay peor dogmático que un dogmático científico . También aseguran las malas lenguas que don Luís escribió un artículo en el New York Times diciendo que “Los paleontólogos no son muy buenos científicos, más bien parecen coleccionistas de estampitas” —Huy, eso si duele—

Muchos se les fueron a los Álvarez a la yugular. Lo único que podía apoyar la teoría de los Álvarez era algo que no tenían: Una Zona de Impacto.

Aquí regresa Eugene Shoemaker y el Cráter de Manson

¡La nuera de Shoemaker daba clases en la Universidad de Iowa! Todos voltearon a ver a Shoemaker. Nadie sabía más que él sobre esa Zona de Impacto.

Fíjense que Iowa no es atractivo para los geólogos. No hay petróleo, o cuando menos no grandes yacimientos; Ni picos alpinos ni glaciares; Ni grandes yacimientos de metales preciosos. Pero eso no importaba: el Cráter de Manson estaba a punto de convertirse en un fascinante objeto de los deseos de muchos especialistas del planeta. Creían tener el cráter del impacto que había desaparecido a los dinosaurios de la faz de la tierra.

No haré el relato más largo —No se si pueda cumplir— Los estudios llevaron a otra cosa. El Cráter era nueve millones de años más antiguo y más pequeño de lo que los primeros cálculos mostraban.

Aparece en el mapa geológico Chixchulub

Ni modo. Los geólogos de la Universidad de Iowa quedaron tristes y frustrados. En el horizonte se perfilaba otro candidato a ser el causante de la desaparición de los animalotes prehistóricos: Chixchulub, en la península de Yucatán, México. Investigadores de la empresa petrolera mexicana, PEMEX, lo habían descubierto en 1952, pero sin mucho anuncio. Era una formación anular de 193 kilómetros de anchura y cuarenta y ocho de profundidad. Lo que pasó entonces es que los geólogos de la empresa lo consideraron entonces como una formación volcánica, criterio muy de la época. A principios de 1990, Alan Hildebrand, geólogo de la Universidad de Arizona fue hasta ahí. Se iniciaron los estudios y a principios de 1991 ya se tenía la conclusión de que ese si, ahora si, era el tan deseado cráter. Chixchulub era el lugar del impacto.

¿Que tan peligroso es realmente un impacto?

Pero, ¿que tanto podía hacer realmente un impacto? Muchos se preguntaban “¿Cómo puede un objeto de unos pocos de kilómetros de diámetro hacer un desastre descomunal?” Afortunadamente ahí estaban Shoemaker y Levy. La afición a la cacería de rocas espaciales, les rendía fruto. Descubren un cometa, al que se le bautiza como el cometa “Shoemaker-Levi 9”.

Los cazadores se dan cuenta que el cometa se dirige contra el gigante del Sistema Solar, Júpiter. ¡San Bombazo! Se presentaba una oportunidad única de probar las teorías respecto a los efectos de los impactos. Los terrícolas tendrían la oportunidad de presenciar una verdadera colisión cósmica, gracias a las virtudes del telescopio espacial Hubble. Realmente nadie se hacia ilusiones. El mentado cometa estaba fragmentado en 21 partes. Una frase se hizo famosa: “Tengo la impresión de que Júpiter se tragará esos cometas, sin soltar un eructo” —Pebbles, Asteroids: A History, 197— Todos estaban escépticos, excepto, ¿quién creen? ¡Sí, Shoemaker!

Los impactos iniciaron el 16 de junio de 1994, duraron una semana e impresionó a todos. Uno de los fragmentos llamado Núcleo G impactó con la fuerza de una bomba de seis millones de megatones, 75 veces el arsenal que se supone existe actualmente disponible en nuestro planeta. Núcleo G era relativamente pequeña, parecido a una montaña modesta, pero le hizo una herida en la superficie al Goliat del Sistema Solar como del tamaño de la Tierra. Los Álvarez habían ganado. Don Luis ya no llegó a enterarse, había muerto en 1988; Eugene Shoemaker, cumpliéndose tres años del impacto en Júpiter, andaba en Australia buscando Zonas de Impacto.

El lugar donde se encontraba Shoemaker es uno de los más inhóspitos, lejanos e inhabitables del planeta: El desierto de Tanami, al norte de Australia. Iba con su esposa Carolyn, astrónoma planetaria, conduciendo su Land Rover y ascendiendo por una colina. En sentido contrario y también ascendiendo la misma colina, venía otro vehículo. El impacto fue fatal. Carolyn sobrevivió, aunque con lesiones graves.

Las cenizas de “Super Gene”, como le decían sus colegas y alumnos, se dividieron. Una parte se fue a la Luna a bordo de la nave espacial Lunar Prospector y el resto se esparció en el Cráter del Meteorito.

Quedan cosas por contarles, pero ya me parece una muy larga narración. Luego no van a querer leer. —Me falta platicar como sería la llegada de un meteorito—

Desde este parcela que ya no se si es penta dimensional o no, os saluda y os dejo con la noticia.

El Perplejo Sideral.

Bibliografía:

Bryson Bill, A Short History of Nearly Everything, 2003

http://www.googleearthhacks.com/dlfile18372/Wilkes-Land-crater.htm

http://www.spaceref.com/news/viewpr.html?pid=19996

Nota: Como soy perplejo, y los números me brincan, es muy probable que quieras participar mejorando algunos datos, ¡Bienvenido!

LA NOTICIA

http://www.caracol.com.co/noticias/296325.asp

En un artículo publicado en la revista “Research”, los científicos de la Universidad Estatal de Ohio señalan que el cráter tiene unos 480 kilómetros de diámetro y está sepultado a una profundidad de casi dos kilómetros bajo el hielo de la plataforma oriental del continente helado.

De acuerdo con las mediciones, el impacto del meteorito causó el cráter hace unos 250 millones de años, momento en que se registró la extinción del período Permio-Triásico, cuando desapareció virtualmente toda vida animal en el planeta.

Los científicos sugieren que el impacto en la región de Wilkes Land, en el este de la Antártida y al sur de Australia, pudo haber iniciado la ruptura del supercontinente de Gondwana al iniciar la ruptura tectónica que alejó a Australia hacia el norte hace 100 millones de años.

El cráter antártico es dos veces mayor que el de Chicxulub que marca en la península mexicana de Yucatán el impacto de un meteorito que, según se cree, mató a los dinosaurios hace 65 millones de años.

“El impacto de Wilkes Land es mucho mayor que el que acabó con los dinosaurios y probablemente causó un daño catastrófico en su momento”, señaló Ralph von Frese, profesor de ciencias geológicas de la Universidad Estatal de Ohio.

El descubrimiento del cráter en las profundidades antárticas se produjo tras el análisis realizado por Von Frese y el geólogo Laramie Potts, junto con científicos de la NASA, Rusia y Corea del Sur de medidas tomadas por los satélites GRACE de la agencia espacial.

Esas mediciones se concentraron en los “mascones”, que son elevaciones de la capa geológica que en el caso del cráter antártico eran perfectamente circulares.

“Hay al menos 20 cráteres de impacto de este tamaño o mayores en la Luna. No es una sorpresa encontrar uno aquí. Es probable que la activa geología de la Tierra haya borrado muchos más”, señaló von Frese.