Hoy se cumplen 92 años de la famosa observación de un eclipse total de Sol que permitió comprobar la Teoría General de la Relatividad, la cual predecía que la luz debía desviarse ante la atracción de la gravedad. El ejemplo que se planteaba, era observar estrellas cercanas al Sol, cuya luz debería desviarse y mostrarlas en una posición diferente cuando el Sol no es encontrara en su cercanía. Como la única forma de ver estrellas en las cercanías del Sol es cuando ocurre un eclipse total, el astrónomo inglés Sir Arthur Eddington decidió realizar expediciones a Brasil y África para observar el eclipse total del 29 de mayo de 1919. Las observaciones arrojaron datos que permitieron así comprobar tal efecto pronosticado por la Relatividad General de Albert Einstein.
¡Feliz cumpleaños, confirmación de la teoría de la relatividad!
Por El Perplejo Sideral
Si quieres ser un gran científico, dedícate un cuarto de hora al día a pensar todo lo contrario a lo que piensan tus amigos. Albert Einstein
Hace más de cien años, un físico desconocido en el mundo de la academia —y en el resto también — propone un desafío descomunal en contra de la intuición: Dijo que navegamos como objetos en el espacio tiempo y que las grandes masas, como nuestro planeta por ejemplo, deforman en su viaje el espacio a su alrededor y que lo que hemos entendido por gravedad, es el resultado de esa deformación.
Pues así fue mis estimados burócratas. Estando en su minúsculo escritorio de la oficina de patentes, Einstein tuvo un mayúsculo pensamiento: de que las masas menores “caen” hacia las mayores, no porque estas las “atraigan”, sino porque los objetos se mueven en un espacio curvo. Según Einstein, este inevitable movimiento de las masas menores hacia las masas mayores, explicaba el fenomeno conocido como la gravedad.
La teoría general de la relatividad tuvo sus detractores de parte de científicos muy importantes.
Pero la suerte del feo a Einstein le vale gorro.
Philipp Eduard Anton von Lénárd, el físico que recibió el premio Nobel por su estudio de los rayos catódicos en 1905, fue el más acérrimo enemigo de Einstein. Al principio fueron amigos, se carteaban y se prodigaban elogios uno al otro. Pero Lénard creía en la existencia del éter como la presencia que llenaba el vacio en el espacio, cosa que a Einstein le daba harta risa. Poco a poco Lénard, el científico registrado en el partido nazi, fue tomándole corajito al greñudo y despeinado Einstein.—“¿Pues que se cree este ignorante judío?”—
En 1899 Lénárd había probado que los rayos catódicos se creaban también cuando la luz incidía sobre superficies metálicas, y pudo comprobar que la presencia de campos eléctricos y magnéticos afectaba a los rayos. No estaba nada claro cómo la luz y el metal podían producir electrones, o por qué se ralentizaban o cambiaban de dirección por la acción de distintos campos.
Los mecanismos no se comprendieron hasta 1905, cuando Einstein publicó su artículo sobre el efecto fotoeléctrico: el concepto de que los cuantos de luz arrancaban electrones individuales del metal. Por tanto, los primeros trabajos de Lénárd están indisolublemente unidos al nombre de Einstein.
Lenard carga en su cuenta el haber creado un ambiente hostil a Einstein en el consejo del premio Nobel, que no se atrevía a darle a Einstein el galardón hasta “que no se vieran claramente las ideas sobre la relatividad” —¡cositas! No le entendían—
Lénard escribió en 1920 en contra de la teoría de la relatitividad de Einstein.
En un congreso en Berlin, el científico nazi se avienta una floritura, digna de un líder del kkk: “La ciencia, como cualquier otro producto humano, es racial y está condicionada por la sangre” (Hathaway 279). ¡Recórcholis y re-cáspita!. Con razón Einstein hace entrega de una de sus frases ya célebres: “Si mi teoría de la relatividad es exacta, los alemanes me llamarán alemán, los suizos me llamarán ciudadano suizo y los franceses gran científico. Pero si no, los franceses me llamarán suizo, los suizos me llamarán alemán y los alemanes dirán que soy judío”.
Qué particular figura la del señor Einstein, que ya forma parte del imaginario colectivo.
Es tan celebérrimo que compite con la imagen de cualquier rock star, escritor, político o chica socialité. Por cierto, deliciosa aquella anécdota-rumor-trascendido de que tuvo sus queveres con Marilyn Monroe, he aquí una breve charla entre ellos: “La actriz se dirigió al físico y le propuso jocosamente: “¡No opina, profesor, que deberíamos tener un hijo juntos; así el niño tendría mi apariencia y su inteligencia!”. A lo que Einstein respondió: “Lo que me preocupa, querida señorita, es que el experimento ocurra al revés”.
Sin embargo, ser tan conocido no significa ser comprendido.
En un encuentro con Charles Chaplin, la gente se arremolinaba alrededor de los dos personajes. Einstein, viendo la simpatía que Chaplin generaba, le dice admirado. “Me impresiona que la gente le reconozca por lo que usted hace…” a lo que el famoso mimo le replica, “Más me impresiona que tantísima gente lo admire a usted, ¡y la mayoría no entiende ni sabe que fue lo que usted hizo!”
O aquella otra historia del astrómo real sir Arthur Eddington, al que le preguntan que si “(…) es cierto que sólo existen en el planeta tres personas que entienden la Teoría de la Relatividad de Einstein. Eddington hace un ejercicio de abstracción, se aleja del sistema solar, hace gesto de estar en algún exoplaneta aun no descubierto. Y allí se queda. El reportero, impaciente, le habla para regresarlo al mundo real y entonces el elegante astrónomo explica: espéreme estoy tratando de adivinar quién puede ser esa terecera persona”
Eddington era un real entusista de la teoría de la relatividad desde que Einstein había predicho que la luz, al pasar junto a una gran masa, como por ejemplo El Sol, esta se curvaría en proporción a su campo gravitatorio. La oportunidad de probar la teoría se le presentó a Eddington en forma del eclipse de marzo de 1919. Preparó maletas, telescopios, ayudantes, botiquín y dos chicles motita y se lanzó a una isla occidental de Africa para observar como se vería la silueta del Sol contra las apretadas estrellas del cúmulo de las Híades. Y pues sí, ¡Einstein tenía razón!
Einstein, no apto para la mayoría.
¿Cuántas personas entenderán los postulados científicos de Einstein despues de más cien años de haberse expuesto? Si la TV saliera a la calle a preguntar, no cuál es la postura social de Niurka o los éxitos de Gloria Trevi, sino qué significa la Teoría de Einstein, ¿cuántos sabrían la respuesta? Es más, si los reporteros fueran a las escuelas —de todos los niveles— ¿Cuántos maestros la sabrían? ¿Los reporteros tendrían primero que enterderla? ¿Juay de Rito? —Una vez fui llamado por el maestro de sexto de primaria de mi hijo, para que le explicara porque mi niño le decía al salón que la luna era de color negro, ¡cuando evidentemente era blanca! ergo, mi hijo era un mentiroso—
Bueno, tampoco el viejo era fácil de entender. Mire lo que decía, por ejemplo:
“Me gustaría saber cómo creo Dios este mundo. No me interesa este o aquel fenómeno. El espectro de este o aquel elemento. Lo que quiero conocer son Sus pensamientos, el resto son detalles…”
“(…) Una vez que se ha reconocido la validez de este modo de pensamiento, los resultados finales parecen casi sencillos; todo estudiante inteligente puede comprenderlos sin mucha dificultad. Pero los años de búsqueda en la oscuridad de una verdad que uno intuye pero no puede expresar, el intenso deseo y las alternancias de confianza en si mismo y de duda, hasta que uno llega a la comprensión, sólo los conoce quien los ha experimentado por sí mismo”.
Ah, pues que bueno. .
Si el dominio de Newton era el de las estrellas y los planetas, el de Einstein se extendió desde el centro de las estrellas hasta la geometría del cosmos como un todo (Ferris, 141).
La relatividad general afirma que un objeto grande como la Tierra o el Sol, deforma el espacio a su alrededor, y que la gravedad no es más que el resultado de esa deformación. (Calle, 18)