Reuters
Publicado: 29/08/2009 00:05
Cabo Cañaveral. El transbordador Discovery despegó el viernes pocos segundos antes de la medianoche, iniciando una misión de 13 días para entregar alimentos, equipamiento y un experimento científico a la Estación Espacial Internacional.

… Y JOSÉ ESTÁ EN EL ESPACIO

Difícil imaginar su capacidad de control al estar tras el comandante y el piloto de la misión STS-128 del trasbordador espacial Discovery hacia la Estación Espacial Internacional cuando las toberas de los boosters y el mismo trasbordador estallaron, sintiéndose una vibración y un empuje que implicaba el despegue de la misma.

Pendiente de cada proceso, de cada momento, de cada clave en posición de apoyo al comandante y el piloto de la misión.

Pero a la vez sintiendo esa vibración que por años había esperado, soñado, luchado y, ante todo trabajado, que le anunciaba que al fin era un astronauta.

Viviendo la emoción de aquellos que había visto caminando en la superficie lunar en 1972 sosteniendo la antena de conejo de la televisión para que su familia pudiera disfrutar de la escena del Apolo 17.

Recordando su impulso cuando se entero de que Frankling Chang Díaz, hispano y costarricense, se convertía en una inspiración de que él, también hispano, podía llegar a ser astronauta.

Sintetizando año tras año, aplicación tras aplicación para ser astronauta y continuar con la espera.

Remenbrando el apoyo de su esposa, el empuje para seguir intentando, independientemente del salario y los sacrificios que ello implicara.

Resumiendo el apoyo de sus hijos que serenamente esperaban que su padre lograra su sueño de ser astronauta.

Acumulando los sueños de padres y familiares orgullosos de su actividad cotidiana y constante para lograr un propósito.

Bastaron diez minutos de vibración, impulso, lectura de datos para subitamente, darse cuenta que su libreta podía flotar, pero muy diferente a los ensayos en los aviones de entrenamiento.

Sólo diez minutos para poder, repentinamente volver la vista hacia la ventana y ver contrastando con el fondo oscuro del espacio, la brillantez de ese globo azul, marrón y blanco que Lowell describiría como “un oasis en el espacio”.

Trescientos cincuenta kilómetros habían sido cubiertos en sólo diez minutos.
Esos diez minutos que sintetizaban un propósito de vida, un trabajo de muchos años, un sueño, pero, como él mismo lo planteó decenas de ocasiones, un sueño que sólo podía ser posible con el esfuerzo, con el trabajo, con la disciplina.

José Hernández Moreno, astronauta, de padres mexicanos y nacido en California, ha iniciado la mayor aventura de su vida. Indudable que podrá hacer muchas cosas en el resto de su vida con esa actitud, pero ninguna de la dimensión de la que está viviendo este 28 de agosto de 2009 y que habrá de prolongarse los próximos trece días en que transcurra su misión en compañía de sus seis compañeros astronautas.

Trescientos cincuenta kilómetros abajo, en un restaurant de comida mexicana de Houston, su esposa e hijos, soporte fundamental para que él se encuentre allá arriba, estarán orgullosos diciendo que José, el compañero y padre, gira en torno al planeta cada 90 minutos, disfrutando cada segundo de esos 90 minutos.

Antonio Sánchez Ibarra/USON