Por el Perplejo Sideral
¿Conocen a algún matemático de profesión? En lo personal he conocido a varios; Uno parecía un dandy que vivía a dos cuadras de la histeria y que nada tenía que ver con aquella imagen de taciturno y distraído genio de los números; Otro, un doctor ahora en matemáticas, al que yo creía que el glamour de la academia lo tendría hoy ubicado en la estratosfera de la sangronada, es muy sencillo él. Era y sigue siendo un hippie de huaraches y overol de menonita que me convenció hace cientos de años para irnos de vagos en sendas bicicletas desde el D.F hasta Mandinga Veracruz “para comer en la fuente misma de la naturaleza”. ¡Ah locos!
Por tamaña aventura, cuando apenas era un jovencito mi mamá me decía mira hijito: un ardor, pronto has de encontrar si te subes tantas horas a la bici. Y sí, desde entonces abomino las bicicletas. Ni siquiera en posters las puedo ver.
Pues bien, a lo que voy es que había una vez un matemático alemán llamado Lejeune Dirichlet (1805-1859) que sus aportaciones más relevantes se centraron en el campo de la teoría de los números, prestando especial atención al estudio de las series, y desarrolló la teoría de las series de Fourier. Consiguió una demostración particular del problema de Fermat, aplicó las funciones analíticas al cálculo de problemas aritméticos y estableció criterios de convergencia para las series.
Pues el cuento es que cuentan sus amigos que este matemático un día se casó con Rebecka Mendelssohn, que venía de una distinguida familia de judíos conversos. Era la nieta del filósofo Moses Mendelssohn, hija de Abraham Mendelssohn Bartholdyy hermana del compositor Felix Mendelssohn Bartholdy.
Así pues, este hombre no era muy amigo de escribir cartas. Hizo una excepción cuando nació su primer hijo. Dirichlet mandó un telegrama a su suegro con el siguiente mensaje: 1+1=3.
Todo un matemático, ¿no?