Los orígenes, de carne y hueso.
Por El Perplejo Sideral
Por una cuestión de honor personal, a mano pelona, un hombre de origen judío llamado Leib Gruber, asesinó a un hombre en la aldea de Sasov, en Rusia. Leib Gruber era el abuelo de Carl Sagan. Según cuenta la tradición, el crimen forzó a la familia a dejar la pequeña villa y viajar al Nuevo Mundo. Es muy probable que si Gruber no hubiese tenido tan particular y ferviente sentido del honor, Carl Sagan no habría nacido y América no hubiese dado a luz al astrónomo que muchos consideran el más famoso divulgador de la ciencia.
En los tiempos del abuelo Gruber, Sasov pertenecía al imperio Austrohúngaro, mismo que hoy lo podemos ubicar dentro de Ucrania. El pueblo está a orillas del rio Bug, y allí trabajaba Gruber pasando a la gente de lado a lado, al ¡tuntún! Es decir, de camachito ó piggyback, para que me entiendan.
Con la ley encima a causa de su crimen, Gruber decide hacerse de la vista gorda y no encuentra mejor lugar de referencia que Nueva York, en América. Compra un boleto de 30 dólares en el barco de turno y le dice a su vieja “orita vengo, no me tardo.”
Era el año de 1904. Claro, pero por supuesto que Gruber tenía honor. En cuanto juntó para el pasaje de su esposa, mandó por ella casi al año de haber partido. Sólo que nadamás le mandó para el pasaje. Chaya –que así se llamaba su esposa– tuvo que arreglárselas para la comida del viaje, ya que solo le había quedado ¡un penny!
Chaya salió desde el puerto de Hamburgo hacia Nueva York en el barco Batavia y cuando le preguntó el simpático —tan amables ellos—, oficial de la aduana “¿cuánto lleva?” ella le contestó que un dólar.
Al llegar a la legendaria isla Ellis, en América, los médicos le diagnostican a Chaya una “cardiopatía valvular”, pero no lo suficientemente grave como para regresarla a Europa.
Allí estaba Gruber esperándola en el andén. Uy, el reencuentro fue formidable. A las dos horas, Chaya estaba encinta.
Los Gruber vivieron en el número 230 de la Calle Séptima del lado Este de Manhattan, donde no fue fácil para este par de provincianos rusos adaptarse al estilo de vida americano.
Chaya le dio un tono anglosajón a su nombre, cambiándolo por el de Clara. También a su hija, la recién nacida, le puso un nombre más “americano”: Raquel Molly Gruber.
Esta fue la niña que, con el tiempo, se convertiría en la madre de Carl Sagan. Toda una shulada de mujer.
Continuará…
Saludos
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