Y de ahí, le gustó el jueguito y la imaginación lo llevó al Sol. El Perplejo

“Mi intento, el análisis químico del Sol, parece a muchos muy atrevido. No estoy enojado con un filósofo de la Universidad —Comte— por haberme contado mientras paseábamos, que un loco pretende haber descubierto sodio en el Sol. No pude resistir la tentación de revelarle que ese loco era yo”. Gustav Kirchhoff

Qué bonitas son las palabras.
La palabra Cesio viene del griego y significa “azul celeste”. ¿Qué tiene esto de particular? Pues que el señor Gustav Kirchhoff en 1860, calentando un mineral hasta la incandescencia, detectó una línea azul que no podía identificar; cuando lo hizo ya había descubierto un nuevo elemento: El Cesio.

Después, hizo lo mismo con otra línea, esta vez roja, y así descubrió otro elemento al que bautizó, sí, ya lo adivinó: Rubidio. Palabra también de origen griego que significa rojo.

Y de ahí, le gustó el jueguito y la imaginación lo llevó al Sol.

La historia
Gustav Kirchhoff en cierta ocasión —junto con Bunsen y desde la ventana de su laboratorio en Heidelberg— mientras observaban un incendio desde unos dieciséis km de distancia, en el puerto de Mannheim, se les ocurrió hacer pasar por un prisma la luz que venía del incendio. Vieron una luz amarilla intensa como la que habían observado al quemar sodio. Pronto encontraron la explicación: Lo que estaba ardiendo era un almacén de alimentos preservados con sal.

“Usando su espectroscopio, detectaron líneas de bario y el estroncio y sodio en las llamas. Esto hizo que Bunsen se preguntara si podrían intentar elementos químicos en el Sol”

—“Pero pensarían que estamos locos, añadió” — (Ferris 132) Y pues como siempre pasa, no falta un loco, y ese loco era Kirchhoff.

Si era posible deducir la presencia de sodio a distancia observando la luz de las llamas, también sería posible deducir la composición del Sol y de las estrellas analizando la luz que recibimos de ellas.

En 1859, trabajando con un mechero de Bunsen y un microscopio que cada elemento de la materia, parecía obtener “huellas digitales” o mejor dicho “huellas dactiloscópicas”

Si cada elemento —el sodio, por ejemplo— se calentaba hasta ponerse incandescente producía un diagrama característico de líneas espectrales.

Así es. Los elementos químicos en estados gaseosos y sometidos a temperaturas elevadas producen espectros discontinuos en los que se aprecia un conjunto de líneas que corresponden a emisiones de sólo algunas longitudes de onda —el espectro de emisión—

El conjunto de líneas espectrales que se obtiene para un elemento concreto es siempre el mismo, incluso si el elemento forma parte de un compuesto complejo, y cada elemento produce su propio espectro diferente al de cualquier otro elemento. Esto significa que cada elemento tiene su propia firma espectral.

Si se calienta un mineral hasta la incandescencia y aparecen líneas espectrales que no responden a la posición de las líneas de ningún elemento conocido, la conclusión es que estamos ante un elemento desconocido.

“La línea oscura de sodio en el espectro solar podía explicarse suponiendo que la luz de la superficie caliente del Sol pasara a través del vapor de sodio en la atmósfera del Sol, que estaba en cierta manera más templada que la superficie incandescente. De esta manera Kirchhoff demostró que existía sodio en el Sol y otra media docena de elementos” (Asimov)

Nace una estrella.
La noticia de los descubrimientos de Bunsen y Kirchhoff voló más rápido que un correo electrónico denunciando un complot de la “falsa” influenza en México.

Un rico, pero entusiasta astrónomo británico llamado William Huggins, al enterarse de las novedades, tuvo la ocurrencia de que el método de los alemanes podría servir para aplicarlo a las estrellas y a las nebulosas.

De inmediato, mandó pedir por Estafeta un espectroscopio para ponérselo al telescopio de su observatorio privado —peeeerdón— que tenía en Londres.

Como niño con juguete nuevo, apuntó su telescopio reloaded al merito ojo del toro, a la estrella Aldebarán, en la constelación de Taurus; Después apuntó a la gigante roja Betelgeuse, el hombro de Orión.

William Huggins entra en una especie de éxtasis sublime. Las numerosas líneas del espectro empezaron a tener sentido al desfilar por su analítica mente: hierro, sodio, calcio, bismuto, en los espectros de las estrellas que había seleccionado.

Fue la primera prueba concluyente de que otras estrellas están compuestas de los mismos elementos del los que está compuesto nuestro sistema solar.

Kirchhoff y el banquero del pueblo.
Kirchhoff se empezó a hacer popular —En otros países, los científicos pueden darse el lujo de ser populares— y un día, caminando por la calle, se encontró con un hombre que era la corporeidad del pragmatismo: el banquero del pueblo.

—¡Qué tal señor Kirchhoff!
— Oiga, ya me enteré de su hallazgo este de los minerales en el Sol, pero a ver, dígame ¿Para qué demonios sirve eso? Porque mire: Vamos a suponer que usted se encuentra algunos metales preciosos, digamos oro, en el Sol, ¿cómo carambas vamos a traerlo desde allá? ¡Maussan y Chuck Norris todavía no nacen y tendríamos que irnos de noche para no quemarnos!

Kirchhoff se le queda viendo con infinita tristeza. Para la gente como el banquero o el ex presidente Fox los logros científicos no valen mucho, sobre todo si hay que leer los periódicos para enterarse, de manera que el hombre sonríe simplemente y se aleja levantando su mano a manera de saludo —o de prefigura de lo que sería una especie de batiseñal de los taxistas del D.F. —

Dice el dicho que la revancha es repugnante, pero a veces agradable. Gustav Kirchhoff recibió por sus trabajos científicos una medalla y un premio en efectivo —soberanos de oro—. Con ellos en una bolsa, se fue a las oficinas del banquero y la puso sobre el escritorio, diciéndole:

—Señor, aquí está mi oro del Sol.

Desde mis líneas descoloridas, los saluda.
El Perplejo Sideral

Les dejo una presentación de Lonnie sobre la clasificación de las estrellas.

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