Solamente la victoria sobre la ignorancia es inmortal, todas las otras victorias son atentados efímeros.
-A. Manero
¿Por qué será que nos gusta lo extraño, extravagante y misterioso?
Quién sabe. ¿A poco no podemos, en una reunión, durar horas con nuestros amigos platicando de películas de misterio y de terror? ¿No te gusta acaso platicarle a tus hijos aquella historia de la abuela cuando bailando con un desconocido en el pueblo, de repente, todos salen corriendo cuando descubren que el bailaor tenía patas de cabra?; o escuchar por la radio el programa de La Mano Peluda, que ya es una tradición para muchos mexicanos, ya que en dicho programa tienen la oportunidad de contar en pocos minutos, en el más acá, sus experiencias con el más allá.
Ni qué decir del inefable gusto por las películas del luchador Santo, El enmascarado de plata, que se da con todo en contra de la caterva de monstruos.
Todo lo misterioso vende, no así el escepticismo.
El gusto por el horror y el misterio pareciera ser inherente a los seres humanos. ¿Algún gen de la antigüedad?
Del Génesis al Paraíso perdido de John Milton —el poeta contemporáneo de William Shakespeare, no el hipnotizador de moda que se hace más rico en Monterrey— y del relato de Ulises a La Mano Peluda, el misterio y el terror han sentado sus reales, como dicen los clásicos, en el imaginario colectivo.
El mismísimo Albert Einstein expresó alguna vez, que no había algo más excitante que el misterio.
De niño me atrajo Julio Verne, precisamente por el título de uno de sus libros, La Isla Misteriosa, novela que hizo que me interesara en saber más de ese hombre sombrío y misterioso, llamado Capitán Nemo.
Devoré más tarde 20,000 Leguas de Viaje Submarino y no le paré hasta ascender de capitán a almirante cuando llegué al Seaview, el submarino atómico de Viaje al fondo del mar, con el almirante Nelson que junto con Kowalsky practicaban el culto a la licantropía. Hombres lobo como ellos, ninguno.
Así es, 20 000 millones de Kilómetros de libros de terror y de misterio se han escrito y leído. El misterio vende, pregúntenle a Stephen King, prolijo escritor que ha escrito más libros de los que ha leído.
Leemos lo que nos causa desasosiego, lo que nos asombra, nos maravilla e impresiona; novelas de aventuras, góticas, historias de seres de otros mundos y vampiros posmodernos; qué me dicen del oportunismo del Chupacabras.
Ah, y aquellas que tratan de secretos milenarios; “El super-archi-recontra-rredoblado y ultísimo secreto de los Templarios I, II, II, IV y V”;
El Código da Vinci y los 4,000 libros que explican los misterios del dichoso libro, entretenido pero inútil. También, el tema que causa una delicia, para algunos, tratar de descubrir el misterio del Santo Grial desde que era simple material de fundición, hasta convertirse en la vajilla más deseada del planeta hecha mujer, según Dan Brown.
¿Por qué habríamos de leer estas cosas, cuando ninguno de nosotros quiere verse en situaciones reales que produzcan miedo y terror? Porque, la verdad, somos re-miedosos. Valientes hay pocos, no se hagan.
No queremos enfrentarnos a animales salvajes —o con rabia como el perro Cujo de Stephen King— ni tampoco pasar una noche solos en una casa encantada, ni tener que escapar de un maníaco homicida, sea este el caucásico psicópata americano o el pigmeo canibalito. El oír incluso la musiquita de La Dimensión Desconocida, a varios nos pone la carne chinita.
No queremos enfrentarnos a lo desconocido al abrir una misteriosa puerta olvidada de la casa, en el sótano. No nos levantamos cada mañana diciendo “Vieja, hoy no vendré ni a comer ni a cenar, ya que seré abducido por unos extraterrestres muy simpáticos que me llevarán a Ur, doquiera que eso sea.”. Claro que no queremos.
Pero una vida llena de paz y tranquilidad resulta terrible y nos empujaría a estas cosas si no encontrásemos alguna forma de exorcizar el aburrimiento. (Asimov).
Todo lo misterioso vende, no así el escepticismo.
Leemos y vemos en la TV acontecimientos que tiene lugar en el país de nunca jamás de la ficción y por un rato nos compenetramos con ellos y sentamos las emociones que suscitan. Las experimentamos de modo indirecto sin estar realmente en peligro, y podemos retornar luego a nuestra paz y nuestra tranquilidad, una vez mitigado el riesgo de tener que “estallar”. (Asimov)
¿A qué niño no le gustan los cuentos de brujas, hadas, encantamientos, príncipes que se convierten en sapos y viceversa, seres de otro mundo, ángeles y monstruos?
Échele un ojo a los programas de TV. Hay para todos: brujas, vampiros, entes espirituales, seres de otro mundo y personajes misteriosos se hacen presentes en La Tercera Roca, Smallville, Lost, Heroes, Numbers, Charmed, Invasión, y demás churros que les acompañan.
De revistas no se diga: Hay decenas de ellas que van del tema de lo insólito a la parapsicología, pasando por “El gran misterio de la maldición de la faraona de la pata mocha que se cayó al Nilo por asomarse”
Y así, ¿por qué habría de sorprendernos que la ciencia vaya a la zaga de la pseudociencia en el gusto de la mayoría de la gente?
Siempre será más emocionante y creíble una explicación misteriosa que una explicación científica.
Todo lo misterioso vende, no así el escepticismo.
Millones de personas se han puesto, se ponen, y parece ser se pondrán, en manos de adivinos, iluminados, hechiceros, astrólogos, brujos y ahora, abducidos, para que les hagan su “carta astral” y les adivinen el futuro. Hombres y mujeres brillantes ó no, creen en algo y si ese algo es misterioso, mejor.
Así es: príncipes y plebeyos, cultos y legos, gobernantes y gobernados, pobres y ricos caen subyugados por el deseo de conocer el futuro, el misterio de las pirámides de Egipto, el monumento de Stonehenge, los Gigantes de la isla de Pascua, y diez mil secretos más.
Los individuos con “poderes especiales”, excéntricos, charlatanes, —Del it. Cirlatano, que charlan mucho y sin sustancia—, magos, parasicólogos, metafísicos, ufólogos, atraen a gran número de seguidores. Según se dice hay tipos que se creen capaces de proyectar el “campo de energía del universo”, desde su cuerpo para cambiar la estructura molecular de un producto químico a dos mil kilómetros de distancia.
En los Estados Unidos, los psíquicos, venden sus servicios en largos anuncios de televisión. Tienen su canal propio, el Psichic Friends Network, con un millón de abonados anuales que lo usan como guía en su vida cotidiana.
Hay una especie de astrólogo–adivino-psíquico dispuesto a aconsejar a altos ejecutivos de grandes corporaciones, analistas financieros, abogados y banqueros sobre cualquier tema.
La ciencia no vende, aunque es más fascinante.
Cuando a Carl Sagan le preguntaban sobre este tipo de temas, siempre respondía que no existía aun evidencia suficiente para confirmar tal o cual cosa — la Atlántida o vida inteligente en otros planetas— ¡y vaya que el hombre la buscó con ahínco la mayor parte de su vida! —Hay anécdotas deliciosas sobre el tema—
Hay frases memorables de Sagan, por ejemplo: —“La prueba es insostenible”—o aquella que repetía constantemente. —”Afirmaciones extraordinarias requieren prueban extraordinarias”—
Si alguien se sentía desilusionado con su respuesta científica, el interlocutor le causaba ternura y expresaba:
—“Usted disculpe si elimino una faceta preciosa de su vida interior” —¡Ay, cosita!
Lo que dicen los iluminados, víctimas de su propio desvarío.
Actualmente hay varios iluminados diciendo que los astrónomos, profesionales y aficionados, somos unos imbéciles, tercos, tontos, obtusos, obcecados, soberbios, burlones —pues para ser educados por los grandes maestros llegados del Cosmos, son bastante primitivos en sus adjetivos.
Me acordé del presidente Lincoln, cuando le llegó un anónimo sólo con la palabra “necio” y dijo “mira, nomás me mandaron la firma”— que no nos rendimos ante la montaña de pruebas contundentes (sic) que explican desde los Gigantes de Pascua, hasta la construcción de las pirámides de Egipto (re-contra sic).
Dicen tener explicación de prácticamente todo lo inexplicable. Todo lo que no se pueda explicar, ellos lo saben. —Tengo una prima que nadie la entiende, la pondré en contacto—
Se hablan de tú con los extraterrestres, ellos les han confiado los grandes secretos, no del tercer milenio, ¡sino de todos los milenios! pero de seguro no saben cómo curar una gripe, ni han conseguido arrancarles el secreto para la cura contra el cáncer o el sida. —serán entonces muy maestros de la luz, pero bastante mezquinos—
Me imagino la altísima calidad de ciencia que practican, cuando a alguien como a Jaime Maussan, le dicen Maestro. Así han de estar.
Un mito es la salida para explicar lo que no se entiende. Después, el mito se convierte en religión. Y esto es lo que han hecho: una ovnilatría. Una religión de su propio desvarío. En sus mensajes se evidencia una especie de esquizofrenia espiritual, paranoia y un complejo narcisista, que los convierte en una golosina para el siquiatra.
Por favor señores iluminados no tomen esto como una respuesta a sus correos, es sólo un ejercicio, “un giro espontáneo, dentro de mi euforia” (Hermann Hesse). Sin embargo, como diría Martín Bonfil —“El problema es que algunos se hacen pasar por científicos, y entonces no es tan fácil ignorarlos o darles la vuelta. Se impone algún tipo de respuesta”
Dicen que en una ocasión, el filósofo griego Estilpón, estaba platicando muy amenamente con Crates, cuando de repente y sin aviso, corrió a comprar unos peces; y como Crates lo quisiera detener, le dice:
—“¿El hilo del discurso rompes?”— No, respondió Estilpón; “conmigo llevo el discurso; tú eres a quien dejo.”
Desde esta parcela misteriosa que los abandona…
El Perplejo Sideral
P.D. Ni me busquen, soy de un planeta no clasificado.